lunes, 8 de mayo de 2017

La organización humanitaria está de aniversario. El siglo de la Cruz Roja Boliviana

Según un artículo de Jerzell Black, del Centro para Control y Prevención de Enfermedades (Estados Unidos), ante situaciones de emergencia, el cerebro humano atraviesa tres etapas básicas: negación, deliberación y acción decisiva; siendo la segunda, tal vez, la más delicada.

Una vez identificada la emergencia y aceptada como tal, uno comienza a considerar las opciones para elegir la mejor alternativa. En teoría suena sencillo, pero a esto hay que añadir el enorme estrés de saberse en peligro y el frenesí de observar un conflicto o desastre natural a desarrollarse a nuestro alrededor.

En medio del caos, divisar una cruz roja puede convertir el terror en esperanza. Así, no fue solo socorro y asistencia médica lo que Henry Dunant (el fundador de la Cruz Roja Internacional) y los habitantes del pueblo italiano de Solferino, les dieron a cientos de heridos, tras esa histórica batalla de 1859; también fue la reconfortante sensación de saber que no estaban solos.

SURGIR ENTRE EL CONFLICTO

Además de constituirse en su primer encuentro “cara a cara” con los horrores de la guerra, la batalla de Solferino presentó a Dunant la imperiosa necesidad de grupos que mitigaran las secuelas del desastre. Tras la publicación de un libro en el que relataba las crudas circunstancias que contempló, el suizo presentó una propuesta que exhortaba a la formación de “sociedades voluntarias de socorro para prestar en tiempo de guerra asistencia a los heridos” y, “la aceptación de un principio internacional, convencional y sagrado como base y apoyo para dichas sociedades (“90 años sembrando humanitarismo. Historia de la Cruz Roja Boliviana”, 2007 ).

Las gestiones de Dunant y sus colaboradores culminaron en la creación de las primeras Sociedades de la Cruz Roja y la firma del Primer Convenio de Ginebra (de cuatro en total), base del derecho internacional humanitario, en 1864.

En la actualidad hay 190 Sociedades Nacionales de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja. En Bolivia, el movimiento dio sus primeros pasos en mayo de 1879.

La Guerra del Pacífico llevó a las tropas bolivianas a Tacna, donde cientos resultaron muertos y heridos. Fue ahí donde se dio la aparición de la “primera enfermera boliviana que portó un brazalete de la Cruz Roja y que, en ese entonces, se encontraba prestando sus servicios en las ambulancias del ejército” (Ídem). Se trataba de Andrea Bilbao Rioja, una joven de apenas 15 años, que se enlistó siguiendo a su padre.

Aunque el organismo internacional no acababa de conformarse, el entonces ministro boliviano, Tomás Frías, logró adherir al país (guerra aparte) a la entidad el 16 de octubre de 1879, durante el gobierno de Hilarión Daza.

Para el 26 de mayo de 1880, cuando se libró la Batalla del Alto de la Alianza (o Tacna) –que selló la derrota del Ejército boliviano– la ambulancia boliviana ya llevaba los emblemas de la Cruz Roja, y desempeñó su misión con valentía.

Ahora bien, dicha “ambulancia” no era, evidentemente, el automóvil corriendo al son de una sirena que conocemos hoy, sino un grupo de “hospitales en campaña”, puesto que seguían a las tropas en los campos de batalla, para atender a los heridos, desplegando servicios en base a la Convención de Ginebra de 1864.

Su disposición había sido posible gracias a los esfuerzos del doctor orureño Zenón Dalence, quien también redactó un reglamento de funciones.

De acuerdo a una descripción hecha por el teniente Manuel Celaries, recogida por “90 años sembrando humanitarismo”, ese 26 de mayo, además de Dalence, dos mujeres destacaron por su coraje: Ignacia Zeballos (considerada la iniciadora de la Cruz Roja Boliviana y llamada “la madre de los soldados”) y Vicenta Paredes Mier.

nace la cruz roja boliviana

El llamado periodo liberal trajo consigo una reestructuración tal de la educación nacional que hizo posible la inclusión de las mujeres al sistema escolar, tangible con la creación del Liceo de Señoritas, en marzo de 1912, donde se reunió la generación de estudiantes que, guiadas por el profesor Juan Manuel Balcázar, fundaron oficialmente la Cruz Roja Boliviana, el 15 de mayo de 1917, en la ciudad de La Paz.

Casi un año después, se creó la Escuela de Enfermeras de la Cruz Roja (1918), que para 1920 había titulado a 25 profesionales.

En las siguientes décadas, el sabor de la derrota de la Guerra del Pacífico se replicó en los ulteriores conflictos bélicos, sobre todo en la Guerra del Chaco, periodo en el que Cochabamba escribió su primer capítulo en esta historia, en un contexto de muerte y carencias económicas, eficazmente combatidas por la Cruz Roja y el Comité Femenino, encargado de recaudar fondos para solventar los recursos de socorro a las víctimas.

En marzo de 1933, a la luz de que ni Bolivia ni Paraguay habían suscrito al convenio de Ginebra, respecto al trato de prisioneros de guerra, el Comité Internacional de la Cruz Roja envió una misión a estos países para evaluar este aspecto, lo que posibilitó el retorno de 14 soldados bolivianos al país.

Con la finalización de la guerra, la Cruz Roja tuvo que volcarse a las víctimas colaterales del terrible conflicto: las familias que habían perdido a sus padres, hermanos e hijos en el Chaco, especialmente los niños, vulnerables ante las precarias condiciones del entorno (pobreza y enfermedades); lo que ha venido haciendo desde entonces.

BRILLA LA CRUZ DE SEPTIEMBRE

Las inundaciones fluviales que azotan anualmente a la provincia cochabambina de Chapare (“Ochenta y cinco años de la historia de desastres en Bolivia (1920-2005)”, 2011) han dejado huella en la identidad de sus pobladores. Hace muchos años, hicieron eso en la memoria de un niño que, rodeado de desolación y agua, recibió la ayuda de voluntarios sin rostro, con una cruz roja dibujada en sus ropas.

Cuando, casi una década después, ese pequeño –ya un adolescente– fue visitado por otra delegación de la Cruz Roja en su colegio, para invitar a los estudiantes a participar en el voluntariado, el llamado pareció cosa del destino.

Hoy, tras 11 años como voluntario, ese niño es el vicepresidente del directorio de la filial cochabambina de la Cruz Roja Boliviana, un sencillo estudiante de Electromecánica llamado Nilser Llallagua. “Hasta ahora tengo el contenedor”, recuerda, respecto al kit de víveres y utensilios de higiene que se da a las víctimas de desastres naturales, para asegurar su alimentación y cuidado personal durante las crisis.

Como todos los voluntarios, Nilser empezó en la Unidad de Juventud, el grupo dirigido a los más jóvenes (hasta los 18 años generalmente), que los instruye en temas de salud y liderazgo. El siguiente nivel es la Unidad de Socorro, que se especializa en primeros auxilios en situaciones de conflictos (manteniendo el principio de neutralidad).

La entidad completa su cuerpo operativo con las unidades de Salud y de Comunicación y Difusión, dedicadas a la prevención de enfermedades y la instrucción informada, respectivamente.

Heredando los lineamientos de la institución nacional –y lo que sus años en la guerra le habían enseñado– la sucursal valluna forjó su propio camino y lugar, socorriendo a los afectados por los enfrentamientos de la Revolución de 1952, las inundaciones en el Valle Bajo de 1964, los abusos cometidos durante las dictaduras, los terremotos de 1998 y la Guerra del Agua, entre muchos otros.

En este trayecto, cada voluntario se ganó un lugar especial en la memoria de la Cruz Roja, pero algunos destacan, en las páginas de los libros y las mentes de los que vinieron después. Si Nilser debe elegir una figura aspiracional, no duda en apuntar a la cochabambina Laura Gumucio de Reque Terán, voluntaria desde 1964.

“Mis tareas eran todas las que se hacen en la Cruz Roja. Como socorrista hice de todo, rescate, asistencia a los heridos en los conflictos internos...”, relata Gumucio en el libro “90 años sembrando humanitarismo”, que rescata su contribución a la construcción de la sede local y la continuidad de la formación de nuevas generaciones.

“Los voluntarios son el pilar de la institución, si no tenemos jóvenes que quieran incorporarse a la Cruz Roja, entonces esta no existe”, concluye la meritoria socorrista. A días de su 100 aniversario, se avizoran muchos más.

Mujeres

Sin duda, el camino de la Cruz Roja en Bolivia ha estado marcado por pasos feme- ninos. Fueron sobre todo mujeres las que organizaron la institución y se entregaron al servicio.

Actividades FORMACIÓN

“La anécdota de todos los voluntarios es que nos quieren botar de nuestras casas”, cuenta Nilser Llallagua, en son de broma y realidad. Pese a que su aporte a la sociedad es grande, sus seres cercanos pueden resentir el poco tiempo que las actividades del voluntariado les deja para la familia. “Generalmente nos reunimos en fines de semana”, señala el joven, respecto a las jornadas de instrucción y capacitación en primeros auxilios, salud y apoyo psicosocial. Tiempo adicional exige la labor de socorro, que, obviamente, llega de manera imprevista, y los puede poner en aprietos de agenda. ¿Cómo se mantienen firmes con la institución? Para Nilser tiene que ver con la satisfacción de ayudar a la gente, en momentos de grave necesidad. “La Cruz Roja me dio formación, me permite capacitar y me brinda oportunidades”, añade con gratitud.



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