lunes, 21 de abril de 2014

Influencias y dinero son decisivos para no morir en Emergencias

La historia de Javier, de 50 años, quien estuvo a punto de perder la vida por falta de una atención oportuna, refleja la agonía de muchas familias, que a diferencia de él no tuvieron el dinero ni las influencias que le permitieron salvar la vida. Este accidentado sufrió debido a la falta de personal en el servicio de emergencia público, además de la burocracia y la primacía del dinero en los servicios privados.

Sábado, once de la noche. Un accidente de tránsito trunca el retorno a casa de Javier, de 50 años. Su moto ha sido golpeada por un vehículo. Tiene una clavícula rota y un dolor intenso en el tórax que le impide moverse.

A los pocos minutos llega una ambulancia para auxiliarlo. Mientras es conducido al hospital, uno de los socorristas toma el celular de Javier para llamar a Dennis, el último contacto con el que el herido se comunicó.

En puertas del servicio de emergencias de un hospital público, una voluntaria discute con la residente de Medicina pidiendo que se atienda al herido. “Dijeron que no lo podían recibir, no sé si era porque no atienden ese tipo de casos o porque la sala estaba llena”, cuenta el amigo que llegó 15 minutos después de la llamada.

Veinte minutos después deciden bajarlo y transcurre otro tiempo igual en espera de un especialista. Otro paciente, que también aguarda afuera, recomienda a los amigos llevárselo a otro lado. “Seguro lo valorarán esta noche, pedirán exámenes y hasta el lunes tu amigo se quedará así”, aconseja.

Esta situación los alerta y deciden llevárselo a una clínica privada, no sin antes llenar y firmar formularios del alta solicitada que demora al menos 15 minutos más.

Gracias a que se trataba del “amigo de un amigo” la ambulancia del SAR Bolivia aguardaba afuera y así pudieron trasladarlo a una clínica cercana. Al ingresar, un joven médico de turno los detiene para indicarles que antes debían dejar una garantía de 500 dólares.

“Es que los dejan aquí, los curamos y nadie se hace cargo”, fueron sus palabras.

De inmediato, los amigos firman garantías. Minutos después toman radiografías al accidentado. Un incesante marcado de celulares de los amigos pide auxilio y orientación a médicos.

“Mientras esperábamos le sugerí al doctor que para descartar cualquier cosa le saquemos una tomografía y me dijo. ‘¿Si?, ¿Tú crees? Pero les costará como 2 mil bolivianos más’. Me quedé sorprendido por su respuesta”, relata el amigo.

Luego de que un neurólogo amigo llegó, evidenció gracias a la tomografía que un coágulo comprimía el cerebro y que la vida de Javier estaba seriamente comprometida si no se intervenía de inmediato.

El paciente continuaba aturdido y llamó a uno de sus amigos para entregarle algo. “Toma esto -5 mil dólares-, tenía miedo que alguien me lo saque”, dijo y minutos después convulsionó y perdió el conocimiento.

Con el dinero en mano, los amigos pudieron dar todas las garantías exigidas y acelerar su intervención, mientras el hijo (18) y la madre (90) de Javier llegaban hasta el lugar.

El médico de turno les comunicó que no tenían una unidad de terapia intensiva y tenían que llevárselo a otro hospital. Los ayudó haciendo unas llamadas para ver dónde los podían atender, pero todos decían estar llenos o sin el servicio requerido.

A las 2 de la madrugada, y gracias a los contactos de otros médicos amigos, lograron encontrar una clínica que tenía todo listo para una cirugía de emergencia a las 4 de la madrugada. “Pero tienen que dejar una garantía de 2 mil dólares por lo menos”, anticipó uno de los médicos.

Y nuevamente se realizaron los trámites para su salida y, posteriormente, los de su ingreso a la otra clínica. “En ambos centros primero se aseguraron que tuviéramos el dinero, lo pagamos y solo así lo atendieron”, explica otro de los amigos.

La cirugía se realizó en la hora fijada y Javier recobró el conocimiento a la mañana siguiente, sin saber lo que había pasado. Otra cirugía le fue programada al mediodía para atender las múltiples fracturas en la clavícula y las costillas. Cuanto todo terminó la cuenta sumó alrededor de 9 mil dólares y Javier volvió a su casa.

“Otra persona en su lugar no habría vivido”, asegura el amigo, preguntándose varias cosas a sí mismo. “¿Qué hubiera pasado si él no hubiera tenido esa plata?, ¿Nos teníamos que haber quedado en el hospital público esperando hasta el lunes? o tal vez el mismo sábado lo estaríamos recogiendo muerto. Pero aún así, luego de trasladarlo... ¿Qué hubiéramos hecho sin los amigos médicos que nos ayudaron a encontrar una clínica?, ¿Qué habríamos hecho a esa hora, sin dinero, sin amigos influyentes, sin nada?... Él ahorita estaría muerto”, concluye el compañero.

Pero en el recuento de lo sucedido hay detalles que hicieron posible que Javier vaya a su casa convaleciente. Si el voluntario de la ambulancia no habría tomado el celular para hacer la llamada, si alguien le sustraía el celular y el dinero, si ningún amigo se hubiera movilizado y tomado las decisiones oportunas mientras él estaba inconsciente... probablemente un médico estaría informando a la familia que el accidente fue muy grave y Javier no pudo resistir al impacto.˚

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