domingo, 5 de enero de 2014

La salud viaja en barca al norte de La Paz



Esto es tierra de La Paz y nunca nos habían atendido. ¿Por qué nos abandonan? Los del frente no nos atienden, vuelvan, por favor”. Es el reclamo de una comunaria que vive en la orilla paceña del río Madre de Dios, en un poblado del municipio de Ixiamas. El otro margen del cauce ya es territorio pandino. Sus palabras iban dirigidas a una brigada del Servicio Departamental de Salud (Sedes) de La Paz que visitó esta zona el mes anterior.

El hecho de que paceños de los ríos Madre de Dios, Manurimi y Manupare nunca hubieran sido atendidos por los servicios departamentales de salud fue una de las cosas que más sorprendió del viaje al director de epidemiología del Sedes, René Barrientos, quien formó parte de la caravana de 34 personas formada por médicos generales, odontólogos, laboratoristas, una dermatóloga, entomólogos, epidemiólogos y boteros que, divididos en tres equipos, entraron a comunidades a las que solo se puede acceder por vía fluvial.

El 28 de noviembre comenzó el periplo para todos —salvo para los patrones de los botes — desde La Paz. Tres días de viaje por tierra, atravesando los Yungas, para llegar hasta El Sena, en Pando. Esta incursión estaba planeada desde principios de año, pero no se realizó antes por la falta de recursos. Se han invertido Bs 349.227 para la expedición, de los que el 54% han sido aportados por el Sedes, el 24% por el Ministerio de Salud y Deportes, el 20% ha corrido por cuenta de la Agencia Adventista para el Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA Bolivia) y el municipio de Ixiamas ha puesto el 2%.

La ONG (organización no gubernamental) adventista también facilitó nueve embarcaciones de las llamadas peque peque con sus respectivos boteros, así como un médico y dos educadores. También proporcionó a los viajeros datos sobre la situación de los habitantes de las comunidades, a las que entra personal de la organización regularmente para dar atención sanitaria. El Sedes de Pando también colaboró con lanchas y, el Hospital de Clínicas de La Paz, con personal médico.

Desde El Sena, un equipo remontó en tres lanchas el río Madre de Dios y, de ahí, accedió también al Toromonas y La Asunta. Otros dos grupos fueron por el Manurimi y Manupare (ver infografía en la última página). Alimentos, material de cocina y combustible para la expedición; medicamentos y vacunas para la población; equipo de laboratorio para detectar bacterias; carpas; cámaras refrigeradoras y generadores eléctricos fueron cargados en los peque peque, que se caracterizan por atravesar rápido el agua, pero en los que es importante equilibrar el peso de lo que va a bordo. De hecho, durante la expedición del Sedes, una de las barcas se hundió y otra se volteó. “No sé qué hubiéramos hecho sin la experiencia de los boteros de la zona”, dice Barrientos. Y no solo en el agua: cuando, por las noches, paraban para acampar en alguna comunidad, los citadinos veían los lagartos acercarse al campamento.

“¡Enfoquen sus linternas a los ojos!”, les instaban los patrones de las barcas. Y así evitaban la indeseada visita.

Recibimiento

Al llegar a una comunidad, los primeros que salían a dar la bienvenida a los expedicionarios eran niños. Luego, ellos y los adultos pasaban a los consultorios que se armaban en algún pahuichi o, directamente, bajo la sombra de un árbol. “No hemos tenido consultas por males no transmisibles”, asegura el Director de Epidemiología. Es decir, los médicos no tuvieron pacientes con afecciones cardiovasculares, respiratorias, cáncer ni diabetes.Las diez causas más frecuentes de consulta fueron la anemia, parásitos intestinales, impétigo o infección de la piel producida por bacterias, lumbalgia, faringoamigdalitis, leishmaniasis, enfermedades de transmisión sexual, artritis reumatoide, miositis o infección que afecta a las fibras musculares y a la piel, micosis (infección fúngica)y por abscesos. “No encontramos ni un caso de diabetes”, dice Barrientos. Una vida más sana, con caminatas y nado diario en el río lo explican.

Sin embargo, los habitantes de esta zona del norte de La Paz están expuestos a otros problemas: picaduras de escorpiones y arañas; mordeduras de roedores y murciélagos, que pueden transmitir virus, y de serpientes venenosas; y malaria y leishmaniasis transmitidas por mosquitos infectados. También está el famoso y temido candirú (Vandellia cirrhosa), un pez fino y transparente que puede introducirse por los orificios del cuerpo. Una vez adentro, extiende sus espinas y queda alojado alimentándose de la sangre.

Pero lo que preocupa al Sedes es la leishmaniasis. Un dirigente comunal fue el que se acercó hasta la oficina del Sedes para alertar de este problema sanitario frecuente en estas comunidades en las que viven mayoritariamente tacanas, toromonas y araonas. Y los viajeros lo comprobaron. El caso más grave es el de Antofagasta, en el río Manurimi: hay 18% de leishmaniasis entre la población.

Es fácil ver las marcas de la llamada lepra blanca en la piel de los lugareños. Las hay cerradas, que los propios comunarios han curado con hierbas, y las nuevas, supurantes. Aunque cicatricen las úlceras, el parásito sigue alojado en el cuerpo humano y puede provocar leishmaniasis tipo mucocutánea y visceral y, finalmente, la muerte, advierte Barrientos.

“El tratamiento cuesta entre 1.800 y 2.000 bolivianos”, indica el epidemiólogo. Primero, los que padecen la enfermedad tienen que lograr salir de su comunidad (lo cual no es fácil: desde el poblado más cercano hasta El Sena hay aproximadamente 10 horas de navegación). “Muchos han ido a Riberalta y El Sena y se han vuelto a casa” por el alto costo, señala.

La malaria también es una dolencia recurrente. Tanto en este caso como en el de la leishmaniasis, afirma el funcionario del Sedes, los comunarios resisten y superan mejor estos padecimientos que los foráneos, tales como los recolectores de castaña que entran a la zona entre diciembre y marzo. Por ello, el Sedes de La Paz no solo llevó atención sanitaria al lugar, también técnicos que han fumigado y rociado casas y monte, que evitará entre cuatro y seis meses la propagación del paludismo. Así también se protege a los oriundos, pues los que vienen de afuera pueden reproducir brotes más fuertes de las enfermedades a las que los comunarios son más resistentes. Además existe el riego de que importen y exporten infecciones.

Y es que la población aumenta en los meses de recogida de la castaña, según ADRA (uno de sus proyectos relacionados con la sanidad trabaja con los recolectores y la malaria). Por ejemplo, Nuano, en el río Manupare, tiene cinco habitantes. En la época de la castaña, la población asciende a 62. Es a la zona de este río donde más gente entra en época de zafra, según la ONG. Mientras en el Madre de Dios la población se incrementa en 28% durante la temporada y 84% en el Manurimi, el aumento es del 194% en el Manupare.

La falta de accesibilidad a estos lugares también dificulta la situación a las mujeres embarazadas. “Para nuestros partos viajamos dos meses (antes) a Riberalta. A veces nos gana. Mi tercer hijo murió a dos días de (haber) nacido”, dijo una mujer de Santa Rosa de Manurimi a los médicos. Tienen que acudir a centros médicos de Beni (Riberalta) y Pando (El Sena) cuando ellos son de La Paz.

“Ha sido una travesía dura para nosotros”, asegura el epidemiólogo. Aún así, propone que se institucionalicen estas visitas cada seis meses. “Se puede.

Hay los recursos. Pero falta. No es suficiente. Hay que implementar establecimientos de salud”. Sugiere que, la próxima vez, el Sedes podría entrar acompañado de unidades móviles del Segip para hacer carnets de identidad, pues muchos pobladores carecen de él.

Fluorización, consultas odontológicas, 15 tipos de vacunas, estudios de laboratorio, atención a afectados por leishmaniasis y 34.000 bolivianos en medicamentos han sido llevados de la ciudad a la selva para toromonas, tacanas y araonas. Éstos, según el funcionario del Sedes, se mostraron más cerrados y había que ganarse su confianza antes de hacerles el chequeo médico. “Son, tal vez, el grupo étnico más necesitado del norte de La Paz”, aventura. Su lengua es, según la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura), una de las ocho que hay en Bolivia en serio peligro de desaparecer, mientras que el tacana está en peligro y del toromona no se ha hecho la evaluación necesaria.


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