lunes, 18 de enero de 2021

Personal de salud y sus familiares mendigan por una cama y un respirador

 Es más duro ver cuando un roble se quebranta. Y Roxana Escobar no es de las que solloza con facilidad, pero ya no da más; al contar lo vivido, la mujer que siempre pareció de hierro, llora como bebé.

Hace casi dos semanas que empezó el vía crucis, cuando el estado de salud de su hermano, el médico hepatólogo Ever Escobar, empeoró como consecuencia del Covid-19.

“Conocí el infierno, y también el cielo. Vi las peores miserias se la gente, y también encontré ángeles”, resume desconsolada, al no encontrar una cama disponible en el sistema público de salud. Hasta le pidieron dos mil dólares para ‘facilitarle’ una, “en zona no Covid-19, y con pago adelantado”, lamenta.

Su hermano pasó por dos clínicas. Lo sacó de la primera porque los gastos subían como la espuma, y supuestamente la segunda era más barata. “Al final, con los medicamentos, gastamos lo mismo”, dice.

En dos semanas, su familia gastó como 34 mil dólares. Ya no cuentan con dinero. Tuvieron que despedir empleados de la clínica de trasplantes de Ever, están tratando de vender bienes. “Pero quién va a comprar algo tan rápido”, dice Roxana.

Está devastada. Al cierre de esta edición, Ever perdió la batalla contra el virus, dos semanas después del fallecimiento de su padre, y un día después de conseguir una cama en el domo 1 del Hospital Japonés.


“Mi hermano ayudó a tanta gente y costó que se le abran las puertas. Le pido a Dios que me ayude a entender. El sistema público es tan perverso que hay que llegar referido de otro lado para ser atendido, y si el paciente llega en ambulancia privada, no lo reciben. Los que vienen de centros privados están en desventaja”, cuestiona. Ella no pagó porque puede, sino porque no tuvo alternativa; desde el principio no había una sola cama pública libre para Ever.


Recorrió como diez clínicas, hospitales y sus dedos marcaron los números de todas las autoridades que consiguió de su oficio como periodista.


Esta experiencia le dejó claras algunas cosas. “En momentos así se sabe quién es un pinche. A mí hasta me dijeron que me sacarían con el guardia porque corría riesgo de contagiarme”, llora. Ni eso le importó, su único deseo era no perder a su hermano. Y así pasó.


Por momentos, Roxana no tiene fuerzas ni para contestar el teléfono. “Me quedo en blanco”, confiesa. Según ella, nadie tiene la capacidad de entender la impotencia de un familiar que peregrina para salvar la vida de su ser querido, si no pasa por la experiencia.


“Es lo más duro que me tocó vivir, hay el conflicto entre el costo tan alto de la salud y el deseo de que tu familiar viva, eso pasa cuando alguien de tu entorno entra a una terapia intensiva en estas condiciones”, se sincera.


Su mayor pena, las personas que no tienen dinero siquiera para intentar el ingreso a una clínica. “Mi finiquito lo he prestado para mi hermano. He visto gente llorando afuera de los lugares donde he ido. A las autoridades lo único que les pido es piedad”, dice.


Roxana encontró, cara a cara, a una de las autoridades en campaña, durante su vía crucis, le pidió ayuda. Con buen ánimo, esta trató de ayudarla, llamando a alguien más. “Ella votará por nosotros”, dijo con buena intención, pero con poco tino.


Ella no quiere culpar a nadie, solo pide que nadie peregrine o muera de una forma tan inhumana e indigna. “La falta de personal quita a los pacientes la oportunidad de que luchen por sus vidas. Los médicos que hacen de todo para salvar en las condiciones que tienen, son un bálsamo para el alma. Sean mil veces benditos, pero faltan manos”, se emociona.


P.P. prefiere no dar su identidad. Trabaja en el sector de la salud. Perdió a su mamá por Covid-19, pero antes pelearon por su vida hasta donde las fuerzas permitieron. Ella tenía un seguro de diez mil dólares que apenas alcanzó para los tres primeros días.


“En 26 días gastamos 78 mil dólares con mi madre, y estoy hablando solo de la terapia intensiva, aparte pagamos otras cosas. Ni siquiera en los centros privados había espacio para ella, esto que vemos hoy es lo mismo que ocurrió en la primera ola”, dice.


Hasta hoy, P.P. sigue en negociaciones con la clínica, con asesoría legal de por medio, ya que la familia quedó con saldo deudor de 20 mil dólares.


“Mi madre falleció en la noche, hasta que llegamos a la clínica y vimos todas las cosas para hacer se hizo medianoche. Nos salieron con que nuestro saldo era de más de 20 mil dólares y que teníamos seis horas para retirar el cuerpo de mi madre. ¿Quién tiene 20 mil dólares a medianoche? Tuvimos que dejar garantías”, cuenta.


No le permitían verla, ni de lejos. Tuvo que pagar a una enfermera para que le lleve una carta y se la lea. “Le escribimos que mi papá estaba bien, que ella siempre fue nuestro sol. Según la enfermera, cuando terminaron de leérsela, mi mamá pidió que la intuben porque ya no podía respirar”, dice P.P.


Una semana antes de que su mamá fallezca, P.P. y su hermano hicieron tal presión, que lograron entrar a verla. “Los obligamos, bajo el argumento de que no sabíamos si estaba viva”, dice.


P.P. y la familia sintieron que era necesario darle la bendición, pero no dejaron entrar al sacerdote a la UTI. Tuvieron que mandar el agua bendita a la enfermera, para que ella le haga la señal de la cruz. “Fue una odisea”, sostiene.


El médico E.S., que además de ser veterano en el oficio ha trabajado en la instancia pública de la salud, también fue afectado por el coronavirus.


Cuando presentó insuficiencia respiratoria, se dirigió a la seguridad social para ser atendido. Lo tuvieron esperando, sin oxígeno, por ocho horas. Todo mejoró después, pero ni bien llegó fin de año, acabaron los contratos médicos y se dio cuenta de que no estaba siendo monitoreado de la forma adecuada.


Tuvo la posibilidad de ser llevado al domo del Hospital Japonés, pero dice que lo intimidó la carga viral del lugar. “Ahí van intubados, además hay mucho flujo de gente, por ende viral”, explica.


Conocedor y cuestionador del modelo de gestión sanitaria, se fue a una clínica privada, donde le hicieron un descuento por ser médico. Estuvo en terapia intensiva por cinco días, no quiere decir cuánto gastó, pero se sintió más seguro en este subsector de la salud.


EL DEBER contactó al menos a tres familias de médicos que esperan por un espacio en el sistema público, que piden ayuda económica en redes porque están pagando centros privados, pero prefirieron guardar silencio.


Sobre este punto, E.S. cree que esto se debe a que los formados en Medicina son parte de un gran equipo que tiene luces y sombras, con eslabones débiles, como los funcionarios administrativos, que forman parte de la ‘burocracia indolente’. “Les importa un bledo que la enfermedad carcoma a un paciente, no tienen idea de lo que pasa. No hay una carrera sanitaria que obligue a la meritocracia. La negligencia médica tiene que ver con esto, con que se demoren los procedimientos. Hay tal nivel de burocratización, que las licenciadas en Enfermería son de escritorio y mandan a las auxiliares a que se entiendan con los enfermos”, critica.


Uno de los trabajadores de salud del domo del Japonés explicó que al comienzo de la explosión de esta segunda ola recibían entre 10 y 12 llamadas en dos días, pidiendo una cama UTI. “Nos hablaban colegas para ellos o sus familiares. Es horrible que te pidan ayuda y no puedas darla”, se entristece.


La Emergencia del Japonés explota. Hay pacientes graves intubados en un sitio que debería ser de paso. Afuera, los familiares están sentados en el piso, rogando por un espacio, o para conocer el estado de su ser querido.


En La Paz, hace unos días, Fernando Romero, secretario ejecutivo del Sindicato de Ramas Médicas de Salud Pública (Fesirmes) demandó a la Caja Nacional de Salud (CNS) que garantice a los profesionales la atención en medicina crítica, y hasta amenazó con un paro de 24 horas, que fue suspendido.


“Los profesionales en salud estamos sufriendo las consecuencias del desprecio y el abandono de los políticos que fungen como autoridades”, dijo con dureza.


Romero aseguró que después de las siete de la noche, cada día, empieza la lluvia de llamadas y mensajes de colegas o familiares pidiendo espacio, plasma o remedios.

“Mendigar, es la palabra adecuada para nombrar lo que está pasando a los médicos, y a toda la ciudadanía que pide atención. Y es denigrante”, dice E.S.

Respuesta del Ministerio

A través de una nota de prensa, el exministro de Salud y Deportes, Édgar Pozo Valdivia, el 15 de enero lamentó lo que denominó desinformación que generan algunos medios de comunicación sobre el Plan Estratégico Nacional de Lucha Contra Covid-19, que ejecuta el Gobierno, fundamentalmente, en lo referido a la gestión hospitalaria, donde su despacho puso mayor énfasis para evitar el colapso en establecimientos de salud.

Realizamos gestiones para la adquisición de vacunas y pruebas y así evitar que la gente llegue a terapia intensiva, ahora sacan el tema de que no hay camas, no hay terapias, cuando exactamente eso no es cierto”, dijo la ex autoridad, al lamentar que se utilice este tipo de información que “alarma” a la población que acude a diario a realizarse pruebas masivas como una manera de prevención.


Lamentó las críticas al Ejecutivo y, en especial, al Ministerio de Salud que dirigía en esa fecha. El sábado 15 de enero, la autoridad fue sustituida en el gabinete.

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