jueves, 28 de mayo de 2015

La primera paciente operada de epilepsia ya no tiene crisis

Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis veces. Siete. Doce. Quince. Diecinueve, veinte. Ese número de crisis epilépticas sufría cada día Alejandra Guzmán. Incluso llegaban cuando estaba dormida.
Un sopor breve y un aturdimiento largo que la distanciaba del mundo se apoderaba de ella y ponía en vilo a la familia y a sus compañeros de la universidad.

Neuractin, kopodex, valcote, valpakine, lafigin. Todo ese arsenal de medicamentos contra la epilepsia, que cuesta tres mil bolivianos al mes, no podía calmar las descargas eléctricas de su cerebro.

La primera vez que se habló de la posibilidad de una operación fue hace seis años. La cirugía se hizo hace dos meses. Fue la primera en Bolivia y la hizo el neurocirujano chileno Manuel Campos.

Alejandra es parte del 10% de pacientes que no responde a la medicación contra la epilepsia. Su única opción era la cirugía, y felizmente las convulsiones han cesado.

Sin tormentas cerebrales
Su sonrisa invade el consultorio de Mario Camargo, su neurólogo, en la clínica Foianini; ni bien oye la pregunta de cajón -‘¿Cómo te sentís?’-, suelta las palabras que guardó desde que era una niña: “Me siento muchísimo mejor, más tranquila, sin ese miedo de que me van a dar las crisis. Me siento más capaz de poder cumplir las metas que tengo trazadas en mis estudios. Es una felicidad y una tranquilidad única”. Las dijo sin dejar de sonreír.

Siete de cada diez pacientes que se someten a la cirugía pueden decir casi lo mismo que Alejandra.

Antes de la cirugía, los tests mostraron que las crisis le causaron una disminución en la capacidad cognitiva. Le cuesta un poco aprender, pero su entusiasmo desborda: “Aún me cuesta entender la primera explicación, por el tema de la memoria, pero tengo entendido que voy a mejorar de a poco. Solo queda estudiar más”.

Menos medicamentos

Para aprender mejor los contenidos de Veterinaria, la carrera que estudia, recurre a videos y a grabaciones de las clases. Vocaliza lentamente las palabras nuevas hasta que el cerebro vaya recuperándose de la intervención en el área temporal, donde ya no están más las células que se rebelaban cada día. “Le cuesta, pero le sobra voluntad”, dice Carlos Guzmán, su padre. Su hermano, sus compañeros y su madre lucen aliviados. Tendrá que seguir tomando medicamentos, pero menos que antes. Quizá, en tres años, deje las pastillas del todo

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